-Has dormido profundamente, no me he perdido nada -sus ojos centellearon-. Empezaste a hablar en sueños muy pronto.
Gemí.
-¿Qué oiste?
Los ojos dorados se suavizaron.
-Dijiste que me querias.
-Eso ya lo sabías -le recordé, hundi mi cabeza en su hombro.
-Da lo mismo, es agradable oírlo.
Oculté la cara contra su hombro.
-Te quiero -susurré.
-Ahora tú eres mi vida -se limitó a contestar.
No había nada más que decir por el momento. Nos mecimos de un lado a otro mientras se iba iluminando el dormitorio.
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